Vladimir Cerrón
Para entender este artículo es necesario contar con una gran dosis de perseverancia política en aras de lograr la tan añorada unidad de la izquierda peruana.
Tras fracasos aislados, estamos conscientes que la unidad es la única fórmula de avance para la izquierda peruana, caso contrario estamos condenados al ostracismo político.
El referente más cercano y concreto de la unidad de izquierda reportado en el Perú se dio en la década de los 80, su éxito fue precedido por varios intentos que finalmente dieron sus frutos.
Si nos preguntáramos cuál fue el fenómeno que permitió la fusión de los partidos que la integraban, creo que el programa no tuvo tanto fuerza, sino el reparto equitativo y proporcional de las candidaturas congresales y el consenso de la candidatura presidencial, en medio de una vorágine electoral que debía enfrentar en debut la izquierda peruana.
Digo lo anterior porque la unidad de izquierda, tuvo un efímero tiempo de vida media, mantuvo su alianza en el Parlamento los primeros años para luego ser continuado por un secesionismo tan marcado, por intereses personales y de grupos, que la conllevaron a perder su arquitectura unitaria y su misión programática.
El final no fue feliz, pero es el mejor referente de unidad que logró la izquierda peruana, más aún en una década donde por primera vez se le permitió participar en elecciones generales y fue la bancada más numerosa en Suramérica.
En los tiempos actuales ¿es sensato seguir perseverando en la unidad? ¿qué requisitos deben anteponer este proyecto? ¿qué elementos la cohesionan y cuáles la dispersan?
Creo que la brega por la unidad no solo es sensata, sino imprescindible y coyunturalmente favorable en estos tiempos frente a la descomposición orgánica y moral de la derecha peruana.
Para hacerla real, es necesario contar con requisitos vitales para que esta unidad sea viable. Lo primero es contar con una inscripción legal que permita el concurso electoral del frente, la identificación de los principales liderazgos de rango nacional y su predisposición a forjar el frente, la existencia de una construcción organizacional mínima en cada polo del país, un aparato de propaganda que difunda e impregne colectivamente el objetivo del frente y una base económica elemental que garantice la movilización nacional.
Existen asimismo elementos que dispersan la unidad como el anuncio de alguna candidatura nacional antepuesta condicionalmente para el inicio de las conversaciones, craso error, así la candidatura sea ideal, ahí comienza su deterioro. Necesitamos de una gran dosis de humildad y desprendimiento, como valores imprescindibles en una misión como ésta.
Considerando este último elemento, seguimos en lo mismo, la unidad tras la condicional de candidaturas y cargos, aunque duela, es una verdad irrefutable. Se dice que vaya el mejor, pero, ¿cómo convencer al otro que es el peor o por lo menos el menos mejor? Definitivamente nuestro plan consiste en promover una sola candidatura y un solo programa.
José Carlos Mariátegui, nos dejó un legado importante en estos casos al manifestar que, en un trabajo colectivo, cada hombre debe contentarse con un puesto de combate, pues no todos pueden encaramarse tras un cargo. Para entender este mensaje tan elemental, no es necesario ser un erudito, sino entender la teoría del zig-zag para llegar a la cumbre.
Si tras una autocrítica cada organización política conoce de sus potencialidades y debilidades, si ésta es hecha atendiendo a categorías dialécticas, cada uno sabrá en qué trinchera situarse sin mayores dudas, porque atendiendo a la ley de los cambios cuantitativos y cualitativos, cada uno es consciente del lugar que le corresponde.
No exageramos cuando decimos que en nuestro andar diario el pueblo exige unidad de las fuerzas de izquierda, independientemente que entre las mismas persistan diferencias insalvables, la población los percibe por igual. ¿Qué sucede si seguimos persistiendo en la dispersión de izquierda? dos cosas, desorientamos al pueblo en hacerlo consciente del real adversario derechista y no podemos exigir unidad al pueblo en esta misión cuando los líderes son incapaces de hacerlo o por lo menos intentarlo seriamente.
Las últimas décadas la izquierda peruana, el mayor torrente popular, está perdiendo por walk over al no tener candidato único y partido propio, lo que colige que su mayor problema no es la unidad sino la organización. Su actuar se reduce al triste papel dirimente para elegir entre dos partidos de derecha que logran pasar a la segunda vuelta. Así se dan triunfos a partidos que creemos son el mal menor, y lo peor de todo es que, luego del proceso electoral, se olvidan de su propia tarea de organizar el partido, poniendo en hombros el partido electo todas sus esperanzas.
Algunos líderes deben su presencia a la asistencia mediática de quienes quieren crear una izquierda de la derecha, una izquierda amoldada o menos radical, como manifiestan. Sabiendo que este elemento es decisivo para la victoria van a recibir presiones mediáticas de cualquier tono, sobre todo castigados con la indiferencia o invisibilidad y es ahí donde uno se convence si depende del sesgo periodístico o de la fortaleza de su postura y sus bases organizadas.
Siempre existirán quienes persistan, aun sabiendo que si vamos solos vamos al abismo, en el infantilismo de izquierda basado en el puritanismo ideológico o político. Este fenómeno que, a través de los años, amenaza en convertirse una fuerza de tradición, es el mayor peligro que afronta la izquierda peruana, pese a contemplar victorias electorales tras voluntades unionistas como en Ecuador, Bolivia, Venezuela o Argentina.
A éstos últimos amigos, debemos ponerle en tapete la experiencia en la derrota del zar, es decir, coadyuvemos en última instancia al triunfo de la minoría más cercana a la izquierda, para luego darle pase al triunfo de la mayoría de izquierda.