EL OSTRACISMO DE UN DISIDENTE
Vladimir Cerrón
Las desviaciones ideológicas de la izquierda no solo pueden ser entendidas cuando se orientan hacia la derecha, sino también hacia la ultraizquierda. Mariátegui decía que todo extremismo de izquierda era tan igual que un extremismo de derecha. Entendido así, debe quedar claro que el sectarismo, el dogmatismo, el purismo y el infantilismo de izquierda, no son más que la antesala del extremismo de izquierda.
Lenin combatió las desviaciones de izquierda que rechazaban todo compromiso con otros partidos, afirmaba que “no se puede ignorar que toda la historia del bolchevismo, antes como después de la revolución de octubre, está llena de casos de táctica, de maniobras, de conciliación y de compromisos con otros partidos, incluidos los partidos burgueses».
Frente a esta realidad el Partido debe aplicar la dosis necesaria que le permita posicionarse y ganar un mejor espacio de lucha en el afán de lograr sus objetivos, pero existen militantes que no comprenden que para llegar a la cima hay que hacer un movimiento en zigzag, que implica necesariamente algunos acuerdos, desacuerdos, retrocesos, avances, descansos, etc.
Justamente de eso trata una buena estrategia, de hacer que el adversario quede descolocado, y si es posible también los nuestros, excepto la dirigencia. Cuanto más tiempo dure el asombro, el Partido irá avanzando. Lenin decía que solo se puede vencer al enemigo más poderoso utilizando de manera cuidadosa, prudente, minuciosa, diestra y obligatoria su más mínima «fisura».
Los que no han entendido estas premisas, prefieren patear el tablero y en un falso puritanismo renunciar a las filas del Partido, en el afán de buscar una especie de purificación ante las masas. Lo cierto es que no son más que oportunistas que esperan el momento político “adecuado” para justificar una traición encubierta de renuncia principista, al ver truncadas sus expectativas de superación dentro del Partido.
Los congresistas disidentes, al renunciar al Partido, creen que han ganado, pero de ninguna manera esta circunstancia es cierta. Considerando que, legislativamente sin bancada no tendrían ni el número de firmas para aprobar, modificar o derogar una ley.
En la función fiscalizadora, sin partido no habrá una orientación política clara, una posición de clase o una misión específica para promover una interpelación o censura a algún alto funcionario, porque estas actividades buscan objetivos políticos y no de otra naturaleza. Además, se pierde la fuerza moral para el control político, ¿cómo podría un traidor a su partido darse la licencia de fiscalizar a otra autoridad política que se supone ha traicionado también la confianza del pueblo?
La facultad de representación se ve reducida, porque la población sabe que el congresista disidente ya no representa a un partido, a una bancada, ni a una comisión parlamentaria. El pueblo se preguntará ¿a quién representa?, y se responderá: solamente a él y a su familia.
El congresista disidente afecta a la población como delegado de sus votantes, porque al no integrar la Mesa Directiva, no pertenecer a una bancada, no ser miembro de alguna Comisión, al estar desprovisto de herramientas políticas y no poder solucionar nada, lo convierte en un Llanero Solitario. Consecuentemente, los pobladores se ven obligados a recurrir a otro partido, a otra bancada, a otro congresista, echando al pueblo, sin mayores opciones, a los brazos de un partido reaccionario.
Frente a este escenario, al disidente no le queda más que esforzarse por convertirse en un actor folklórico, queriendo trasmitirle al pueblo que son la reserva “moral”, los sujetos imprescindibles, alucinando ser de todo para satisfacer solamente su ego, actual cicuta del político. En este camino veremos las posturas más infantiles de estos tránsfugas, como la de imitar a políticos de antaño poniéndose de espaldas en un discurso presidencial, creyendo que con esta “genuina” acción han resuelto los problemas sociales, cuando en realidad el pueblo los ve como bufones.
Muchos de ellos no invirtieron en sus campañas, lo hizo el pueblo, por lo menos eso sucedió en Perú Libre, los hoy disidentes estaban desempleados todos y se les eligió por cuestiones estrictamente políticas. Se van no por fines principistas, sino por la necia creencia que serán luego gobernadores regionales, alcaldes, etc., cuando no saben que ganaron por el arrastre partidario, salvo alguna excepción.
Finalmente, debemos puntualizar que la actitud de un disidente no es del todo inocua al Partido, con mayor razón si es de izquierda, pero es más dañina al pueblo porque el derrotero elegido por estos conduce a perder una representación popular en el Congreso para el cual fueron delegados, además de fortalecer a la derecha parlamentaria.