Vladimir Cerrón
Ciertamente, puede haber estos espacios, pero son breves y fugaces. Sin embargo, lo más ordinario y longevo es que se trate de un camino lleno de traiciones, conspiraciones, incomprensiones, persecuciones, agresiones y calumnias, desde las más sutiles hasta las más criminales.
Justamente, cuando estos temibles parámetros hagan su aparición, es que te has convertido en una fuerza política que acciona y por consiguiente recibe una reacción newtoniana diametralmente opuesta, la misma que se da según la magnitud de la corriente política liderada, pues en política solo se ataca lo significativo, lo que no solo promete, sino además es capaz de cumplir.
Pero, contrariamente, el ataque del enemigo nos perfecciona, nos obliga a un pensamiento más agudo, nos hace analizar científicamente, como también nos hace indiferente a las críticas más implacables, conllevándonos a ser menos contemplativos y apostar por la acción rápida y enérgica.
Sin dudas, la política sin adversarios sería aburrida, los políticos adrenérgicos no podríamos vivir con ausencia de este neurotransmisor en nuestra bioquímica sanguínea, porque la fuerza de la tradición, que bien puede legarse genéticamente, hace de esta catecolamina un elemento de cascada irremplazable para el metabolismo político.
En política no solo se enfrentan adversarios, sino verdaderos monstruos, siendo éste más grande mientras el líder sea más perjudicial a sus intereses, recordemos que el tamaño del enemigo no es más que la expresión directamente proporcional al valor del líder.
Así, el gran Gramsci decía que los monstruos solo aparecen cuando hay algo que esta muriendo pero que no termina de morir y cuando hay algo que está naciendo pero que no termina de nacer, qué gran aporte filosófico.
El filósofo sin dudas se refiere al lapso clave donde la acción del líder es determinante como elemento que motiva a las masas para el nacimiento de la nueva sociedad, las que guiadas por la emoción son capaces de volver la noche en día, precipitando la muerte a lo que no es sensato de morir sin resistencia y dando luz a lo que anteriormente era censurado.
Algunos ideólogos de derecha se esfuerzan por diferenciar unas violencias de otras, unas dictaduras de otras, justificando que las suyas son más «generosas», cuando en esencia son lo mismo, una no es diferente de la otra, sino habría que inventar otro vocablo.
Lo que es diferente es la legitimidad del hombre o grupo humano que la usa. Muchos condenan la violencia que ejerció Herodes contra los niños, pero a la vez aplauden la violencia con que David venció a Goliat o Cristo botó a los mercaderes.
Razones por la cual muchas personas buenas, o que se creen buenas, no entran a tallar en política, aunque sean buenos críticos de tribuna o más diplomáticamente «analistas». Hombres que todavía no han llegado a la conclusión de dejar colgado los títulos para salir a lidiar a las calles, perdiendo el rubor si es que la lucha es verdadera.
Muchos cuestionan en tal caso, por qué regresar un mundo de adversidades, si ya tuvimos una oportunidad, qué nos motiva a persistir en el masoquismo político, y creo estar en condiciones de dar una respuesta, en política no hay oportunidades, la oportunidad es única en una vida que es muy corta para esta tarea y la persistencia parte por hacer real lo que tu sabes que es así, pero que no te dejan.
Esta es la razón del por qué algunos hombres que llegando a su plenitud académica, profesional o empresarial, se dan cuenta que todo lo logrado, como decía el apóstol Martí, solo cabe en una grano de maíz.
Ante esta diatriba, algunos se conforman, otros no, y éstos últimos deciden dar un paso más al peligroso peldaño político en busca de la gloria. Una vez en política, rota los ojos hacia atrás y ve el mundo pequeño que deja, para entrar en el infinito mundo de las incomprensiones, las esquizofrenias necesarias y el ostracismo acompañado.
Temiendo a la muerte, aún cuando uno asimile el concepto de manera dialéctica, llegamos a la conclusión que la muerte no es un acto de facto, sino es todo un proceso de dos fases. Una fase donde lo material se descompone y transforma y la otra fase inmaterial que pervive en los jóvenes y niños que quieran adoptar actitudes, sentimientos y conocimientos, que se haya podido dejar, tan duraderos, como la fuerza del pradigma.