La libertad como acción en el marxismo
Anibal Stacio
Se ha vuelto común escuchar en diversos debates y discusiones con grupos o personas serviles al capitalismo que “el marxismo coapta la libertad, que es una teoría que esclaviza al individuo, que somete al espíritu humano”. Nada más alejado de la verdad. Estos cuestionamientos, aunque infamemente prodigados, no pasan de ser reflejo de una falta de comprensión real de lo que es el marxismo y más aún de como el marxismo entiende la libertad o peor de una acción discursiva premeditada propia de los sofistas del capitalismo, quienes buscan alejar a las clases trabajadoras del marxismo con sus impías frases tremebundas y apocalípticas. Ahora bien, más allá de decir que se equivocan, vamos a explicar el porqué de su error. Para esto, partiremos dándole sustento al título de este artículo. Es decir, pasaremos a explicar por qué la libertad en el marxismo es acción.
Debemos empezar recordando cómo es que Marx entiende al ser humano y su relación con el mundo. El autor de El capital: crítica de la economía política no desarrolla una posición antropológica ni ontológica del ser humano. Es decir, no cree en una naturaleza humana que predestine de manera teleológica al ser humano; así pues, podemos decir que el ser humano es contingente. En otras palabras, su existencia no está atravesada por una necesidad ontológica, sustancial, sino que este surge de las contradicciones materiales históricas. Marx considera que el ser humano va cambiando constantemente, conforme cambian sus condiciones materiales, desde el cambio mismo de la historia. Por ende, lo máximo que podríamos sostener es que los humanos son seres históricos en tanto están subsumidos a la historia. Sin embargo, ¿esto quiere decir que el ser humano está determinado por la historia? ¿Esto sería una afirmación de un determinismo histórico? No, de ninguna manera, pues Marx y, por tanto, todos los buenos marxistas entienden que el ser humano no solo es un ser subsumido a la historia, no solo es un ser arrojado al mundo sin más, sino que el ser humano, a través del trabajo, transforma su entorno y, con esto, también transforma su historia.
A partir de lo anterior, se establece una relación dialéctica entre el hombre y su entorno, siendo el entorno (momento histórico) construido con base en las relaciones del trabajo humano; es decir, desde las relaciones de producción. Es por ello que toda sociedad es producto de sus relaciones de producción y, a su vez, todas esas relaciones de producción son producto de la acción humana. Esto último solo se expresa mediante el trabajo tal como lo sostiene Marx en El capital (1867): “Allí donde lo forzó la necesidad de vestirse, el hombre realizó por milenios trabajos destinados a vestirse antes de que se convirtiera en sastre. Pero, la existencia de la levita, del lienzo, de todo elemento de la riqueza material que no esté dado por la naturaleza, se debió siempre a una actividad productiva especial orientada a un fin, que asimila materias particulares de la naturaleza a necesidades particulares del hombre. En cuanto creador de valores de uso, es decir, como trabajo útil, el trabajo es, por tanto, condición de existencia del hombre, independiente de cualquier forma de sociedad, una eterna necesidad natural de mediar el intercambio orgánico que se da entre el hombre y la naturaleza, de mediar, por consiguiente, la vida humana”
De la cita anterior podemos deducir muchas ideas. En primer lugar, el hombre siempre está en contradicción con su entorno geográfico y sus necesidades físicas como ser material. Para cubrir las necesidades nacidas de esta contradicción el individuo genera mercancías capaces de satisfacer esas necesidades ¿y cómo se crean esas mercancías? A través del trabajo, ¿y qué cosa es el trabajo? Es acción humana, actividad que transforma la materia a través del esfuerzo. El ser humano es, entonces, creador de todo su entorno social, desde la división social del trabajo, los diferentes modos de producción en la historia e incluso las clases sociales que los han representado.
Es así como se entiende, en El Manifiesto del Partido Comunista (1848), que: “la historia de toda sociedad ha sido siempre la historia de la lucha de clases», porque esta lucha de clases es en sí misma encarnación de los roles de producción de cada etapa histórica. Además, son distintos los roles de producción de la función que cumple nuestro trabajo de forma específica. Por tanto, es esta dialéctica histórica nacida de nuestras relaciones de producción la que ha ido construyendo la historia humana. Por eso cuando Sartre sostiene que el ser humano es un ser condenado a ser libre, se refiere precisamente a esto. De allí que su famosa frase: “soy lo que el mundo hizo de mí y lo que yo hago con lo que el mundo me hizo”, lleva engastada en su seno la visión de que el hombre es producto de sus relaciones materiales de producción, que son a su vez reproducidas por los propios seres humanos; e ahí precisamente su condena a la libertad, pues las condiciones materiales en las que vivimos son creación humana y, por ende, también pueden ser cambiadas por el ser humano.
Por eso la libertad no necesita ser pensada, sino alcanzada en acto, es decir, realizada. En tal sentido, todos los debates en torno a qué es la libertad se tornan estériles, pierden sentido y se revelan solo como mero ejercicio teórico incapaz de ser resuelto en el plano de la razón, ya que esta es acción concreta, material y se realiza en tanto los individuos y las masas accionan para transformar el mundo.
En tal sentido, si el problema de la libertad no consiste en saber qué es sino en cómo realizarla, es importante señalar que en el capitalismo la libertad solo está dada para la clase social que dirige el sistema productivo, ya que esta ha creado al Estado, y sus herramientas legales, mediante los medios de producción ideológicos que controlan, para asegurar sus intereses de clase y direccionar el pensamiento colectivo, a través del falso consenso. Por su parte, el proletariado y las clases trabajadoras en general carecen de libertad y es que si bien hemos dicho que la libertad nace de la acción humana que podemos ver concretizada en el trabajo humano, no hay que olvidar que no importa cuánto trabaje un proletario, pues, su trabajo es siempre ajeno. Ello debido a que el proletariado vende su fuerza de trabajo, pues, es su única posesión y al vender su fuerza de trabajo es reducido a mera mercancía, mercancía consumible para la producción. Es así como, lejos de la verborrea idílica de los liberales, el ser humano, en el capitalismo o al menos en ser humano proletario, no es un fin en sí mismo, sino un mero objeto de consumo.
Sin embargo, esto no termina aquí, ya que hay que recordar que el trabajador no solo vende su fuerza de trabajo, sino que, además, el fruto de su trabajo no le pertenece. Le es tan ajeno como su trabajo mismo. Toda mercancía que produzca se le presenta por fuera, enajenándolo, bajo la ilusión de tener vida propia. Entonces el trabajador que inicialmente ha vendido su fuerza de trabajo se ve en la necesidad de usar el pago que ha recibido por dicha venta para comprar, muy posiblemente, la mercancía que el mismo ha producido y que en apariencia no solo es necesaria para la vida, sino que además tiene valor por sí misma, ignorando que el valor que posee es por ser producto del trabajo humano.
Este olvido es lo que nos presenta el problema real que imposibilita la concreción de la libertad en el sistema capitalista. Este no es otro que el trabajo asalariado, ya que es a través de este que el capital se reproduce, que el dinero da a luz a más dinero. Aquello porque la plusvalía, que no es otra cosa que la ganancia de la burguesía, es solo posible gracias a que el burgués reduce al proletario a mercancía, lo compra con un salario equivalente al valor que esta tiene como material necesario para la producción y no por el valor que la fuerza de trabajo agrega a las mercancías; he ahí la explotación del trabajador. Entonces, mientras persista esta forma de ganancia, el proletariado no puede ser libre, de aquí tenemos que la única manera en que el proletariado rompa sus cadenas es dejando atrás el sistema de producción capitalista, superándolo; es decir, negándolo. Ello es solo posible con una acción de liberación colectiva a la cual llamamos revolución y es que la revolución es la acción del ser humano que le permite transformar su realidad, es la más alta forma de praxis, es la concreción de sus intereses de clase, es la realización de su libertad.
Al cansar la conciencia de esto es ya otro asunto. Uno que, por supuesto, también es producto del trabajo humano, trabajo llevado a cabo por los marxistas en su praxis, en la creación de las condiciones subjetivas necesarias para la revolución. Sin embargo, de este tema nos ocuparemos en la siguiente parte de este artículo que pretende explicar la libertad como acción en el marxismo.
