Memoria Rabia y Revancha
Vladimir Cerrón
El primer gobierno nacional de izquierda, elegido democráticamente por sufragio universal, fue derrocado durante el 6 y 7 de diciembre de 2022 por los que, en la práctica, mantienen el estatus de “dueños del país”, lo que les confiere la facultad de usufructuar de la explotación a la “servidumbre” andina y apropiarse de la plusvalía generada por ella.
Muy a pesar de que el derrocado Pedro Castillo nunca puso en marcha el programa de gobierno ofrecido por Perú Libre durante la campaña política, la derecha prefirió adelantarse para recuperar las riendas de hacienda pública. Castillo estuvo un año y cuatro meses en el gobierno, y la gente comenzaba a fermentar los primeros reclamos ante la ausencia de los cambios prometidos, los mismos que él no tenía ninguna intención de llevarlos a la práctica. Para entonces teníamos ya a un Castillo claudicante.
El golpe de Estado militar-parlamentario evitó que Castillo enfrente el juicio popular, una serie de protestas que con toda seguridad se hubiera puesto en marcha, incluyendo la del magisterio. La derecha lo salvó, poniéndolo en el flanco de la duda histórica y, por ende, haciendo que recupere cierta popularidad tras la posición de víctima. La oligarquía siempre torpe.
La caída del gobierno abrió una herida en el ego del pueblo. El pueblo sintió que el golpe de Estado se lo habían propinado a ellos, sin importarle los pecados del presidente, puesto que se había violentado el poder de elegir de las masas, esas de las que se les da por única vez cada quinquenio, las mismas que por primera vez habían deleitado políticamente por el éxtasis del triunfo de la mano de un partido de izquierda popular.
El gobierno entrante, tras el golpe de Estado, lejos de negociar una salida y reducir los costos sociales, apostó por una represión brutal que devino en un genocidio con 70 muertos por fusilamiento en los campos de protesta. Luego de tres meses de enfrentamientos, el músculo del pueblo comenzó a fibrilar hasta agotarse, pero la rabia ocuparía para siempre la memoria colectiva. Es así que el pueblo sigue respirando por la herida, aún tiene la sangre en el ojo, aún huele a pólvora y dinamita, esperando que la coyuntura le dé la oportunidad de cobrarse un desagravio histórico.
No tiene muchas opciones en este camino, aunque sí muchos deseos de aplastar con un voto de revancha a la oligarquía golpista, pero necesita de una vanguardia preparada no solo para exponer los problemas y soluciones, las recetas y los remedios, sino que, además, sea capaz de cohesionar a la masa. Sabe que la tarea no será fácil, por lo que no debe cometer los mismos errores, por ello es mejor que lo conduzca una vanguardia que haya caído en el combate, pero que a la vez haya sido capaz de levantarse, sacudirse el polvo de la ropa y echar a andar, como decía Vallejo.
El Perú no es un país acostumbrado a dar golpes de masa para derrocar gobiernos, como en Ecuador o Bolivia, más bien, somos un país que tradicionalmente ha resuelto este tipo de ajustes en las urnas, es decir, que hay una cultura del ánfora bien arraigada en nuestro pueblo.
Pero, ¿qué podría haber irritado tanto a la oligarquía que recurrió al golpe de Estado?, definitivamente la corrupción gubernamental no es. Es el programa de gobierno perulibrista que siempre lo veían como una amenaza latente, un documento confeccionado a base de la única ideología capaz de eliminar los privilegios de clase de la gran burguesía empresarial y financiera, un mensaje digerible que las masas lo entendieron permitiendo el triunfo de Castillo y la existencia de un partido dispuesto a encarnar la misión. El resto es peliculina.
La oligarquía necesita enfrentar exitosamente a la vanguardia del partido si quiere salir victoriosa en las futuras elecciones y para eso recurrirá a concentrar sus fuerzas y aliados en un solo frente, en un frente unido, sin importar que sean de extrema derecha fascista, derecha conservadora nacionalista o religiosa, derecha caviar, socialdemocracia caviar, anarquistas, reformistas, trotskos u otro sucedáneo, solo necesitan que sean antimarxistas, antileninistas y antimariateguistas.
Sabedores que una alternativa neoliberal y antineoliberal pasarán a la segunda vuelta, en la primera vuelta existirá una depuración en ambos flancos, entre partidos aparentemente homónimos, para dar un “ganador” que los va a representar en el balotaje, donde van a alinear las divisiones con las características descritas en el párrafo anterior.
Ante esta situación, al partido solo le quedará alinearse con el pueblo, elemento decisivo para la victoria, capitalizando su espíritu de revancha, memoria y rabia que debe conducirnos, pero ahora de manera consciente, a una nueva oportunidad histórica, por lo que nunca debemos esperar nada de los supuestos homónimos de izquierda.
Si el pueblo vuelve a ganar las elecciones, al gobierno le queda cumplir con el programa o acercarse lo más que pueda. Esto implica que se implemente el mandato imperativo para no engañar nunca más al pueblo, que eliminemos los privilegios tradicionales de la clase gobernante, que ser funcionario no signifique un privilegio de ningún tipo, que todo cargo sea electo por el voto popular e igualmente sea revocable, que nuestros funcionarios se atiendan en los servicios estatales para balancear si nuestras medidas son las adecuadas para el pueblo, ejecutar obras de impacto nacional de la mano del empresariado nacional, entre otras.
