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ENSAYO

La Permanente Utilidad de la Filosofía

I SEMINARIO NACIONAL DE FILOSOFÍA

HUANCAYO – PERÚ (1987)

LA PERMANENTE UTILIDAD DE LA FILOSOFÍA

Jaime Cerrón Palomino

Resumen:

En la antesala del siglo XXI, ya no reporta gran ventaja insistir en la que la filosofía sea el saber destinado preferentemente a la búsqueda y explicación de las “esencias últimas” o de las “verdades inconfundibles”, semejantes preocupaciones que tuvieron vigencia plena durante el auge de la cultura grecolatina a través de egregias figuras como Platón (427-328 a.n.e.) y Aristóteles (384-322 a.n.e.) y que después se prolongaron al medioevo por obra de Averroes (1126-1198) y Tomas de Aquino (1225-1274), han ido disminuyendo paulatinamente a medida que la filosofía fue tomando distancia de las primitivas concepciones cosmológicas de jonios, eleatas y milesios, así como la tesis escolástico-tomistas de período feudal.

Al valioso cualitativo alcanzado en la Edad Moderna con Copérnico (1473-1543), Galileo (1564-1642) y Newton (1643-1727), al enunciar y confirmar la naturaleza heliocéntrica de nuestro sistema planetario, se sucedieron más tarde las portentosas hazañas emprendidas por la naturaleza con el propósito precisamente de hurgar las denominadas “esencias últimas”. Este rastreo no tardó en entregarnos sus frutos. Aún quienes indagaron no nos pudieron mostrar la tan mentada “quinta esencia”, empero lo que hasta allí encontrado se aprecia hoy en día como inestimable. Es el caso de la presencia de la filosofía zoológica desarrollada por Lamarck (1744-1829); en el atomismo químico de Berzelius (1779-1848) y Wöler (1800-1882); el hallazgo de la transformación del magnetismo en la electricidad, desentrañado por Faraday (1791-1867); el descubrimiento de la transformación de la energía por Mayer (1814-1878); la revelación de la mutación de algunas especies, en otras efectuadas por Darwin (1809-1882), a quien le debemos la sensacional averiguación de que las especies son susceptibles a “transformarse” en otras. Esta asombrosa revelación tuvo inmediata repercusión en el estudio de la realidad social, cuando los fundadores del Materialismo Histórico, recogiendo la interpretación naturista del carácter cualitativamente de especies, extendiendo dicho análisis categorial a la posibilidad de transformación de las sociedades en nivel inferior en otras de superior condición de desarrollo. La sensacional averiguación de Schleiden (1804-1881) y Schwann (1810-1895) acerca de la similitud entre la célula animal y la vegetal; la termodinámica de Clausius (1822-1888); la anatomía comparada de Huxley (1825-1895); la interconexión electromagnética de Maxwell (1831-1879); la enunciación de la ley biogenética de Haeckel (1834-1919); la fundamentación de la materialidad de la realidad objetiva por Boltzmann (1844-1906); la explicación de la conservación de la energía por Timirázev (1843-1920); la electrodinámica de Hertz (1857-1894) el hallazgo de la radiactividad por Becquerel (1852-1908); la enunciación de la teoría de los electrones por Lorente (1853-1928); la demostración de la estructura planetaria del átomo por Rutherford (1871-1937) y la estructuración del modelo atómico por Bohr, para citar lo más descollante, han permitido en el terreno de las Ciencias Naturales convencer de aquello que se sostenía invariable y dado para siempre, no era tal. Antes bien los deslumbrantes pasos realizados por quienes cultivan la física, la genética, la geología, la astrofísica, la fisicoquímica, la bioquímica y otras interrelacionadas, van perfilando cada vez mejor el cuadro esencialmente dialéctico de la naturaleza.

Ahora bien, estos asombrosos resultados han tenido inmediata repercusión en el estudio de la realidad social, de la economía, de las clases sociales y del Estado. Es así como el Materialismo Histórico, por el escudriñamiento que hicieran sus fundadores, recogiendo la interpretación del carácter cualitativamente mutable de los fenómenos, ha podido establecer también que la sociedad y por ende la producción, la economía y el Estado están sujetos a leyes dialécticas que gobiernan el tránsito de formas inferiores a superiores del desarrollo.

Porfiar como lo hicieran Anselmo (1033-1109), Abelardo (1079-1142), Alberto Magno (1193-1207) y Tomás Aquino (1225-1274) en la pesquisa obstinada de las causas “primeras” o “últimas” de las cosas, llevó en el siglo XVIII, primero a Manuel Kant (1724-1804) hacia la resolución agnóstica de la “imposibilidad” de la demostración de las esencias y después a David Hume (1711-1776), al pesimismo radical del convencimiento de que esa faena es “vana”, si se tiene en cuenta que en lugar de vivir preocupado por resolver el problema fundamental de la filosofía (del cuál es lo primero, si la naturaleza o el espíritu), es mejor apresurarse por la rápida consecución de bienes que satisfagan necesidades inaplazables. A esta misma conclusión habían arribado un siglo antes los filósofos ingleses Francisco Bacon (1561-1626) y John Locke (1632-1704) y el holandés Benito Spinoza (1632-1677) cuando sostenían que la filosofía debía servir para acrecentar nuestros conocimientos con miras a dominar la naturaleza para fines eminentemente prácticos. Llegada la aurora del capitalismo competitivo, el francés Augusto Comte (1798-1857) y el inglés John Stuart Mill (1806-1873), desde los dominios del positivismo se empeñarán por fundamentar la “inutilidad de la filosofía”, fundamentalmente que en vez de especular y divagar, hay que investigar los hechos, lo concreto, lo visible, lo positivo. Similar desencanto van argumentar los filósofos del imperialismo, entre ellos William James (1842-1910), Herbert Spencer (1820-1903) y John Dewey (1859-1952), para quienes introducirse en regiones “insondables” es tarea infructuosa dado que son territorios reservados para la especulación religiosa.

Vemos así pues que mientras el idealismo filosófico de los primeros tiempos, se impacientaba por explorar la “causa de las causas” en esferas extranaturales; los filósofos contemporáneos de Europa y Norteamérica, se orientan a deslindar que el papel de la filosofía debe constreñirse a dotarnos la iluminación suficiente para el “modus operandi” de un cabal disfrute de bienes materiales y espirituales que tiendan a una satisfacción colectiva o cuando menos, al éxito individual.

Pero, si estos divergentes modos de enfocar el afán filosófico, sitúa a los indagadores en flancos diferentes, más tarde o más temprano, tenía que presentarse en escena una concepción que concatenara ambos extremos, es decir que buscará la íntima ligazón entre lo general y lo individual; entre la teoría y la práctica; entre la búsqueda de la “esencia de las esencias” y la aclaración congruente de los fenómenos resultantes de dicha esencia. Esta filosofía no es sino el Materialismo Dialéctico.

Gracias a la dialéctica materialista podemos responder con objetividad y sin resquemores, cual es al fin de cuentas, la tan propalada “esencia de esencias”, el elemento rector del universo y de nuestras cotidianas acciones, ideales, aspiraciones e intereses. Hallándonos como estábamos sumergidos en un mundo dividido, es obvio que los modos de actuar, de pensar y de expresar nuestros anhelos y arquetipos no podrán ser homogéneos. Muy al contrario, descubriremos que estamos enfrentados en forma diametral de acuerdo como desempeñamos un rol en este sistema de relaciones de producción, ya no como individuos aislados, sino como pertenecientes a una clase social determinada, a una fracción de clase. De este modo, en efecto, constatamos que el accionar de una clase “A” termina afectando los intereses de otra “B”; o la simple alianza de la clase “C” y “D” coloca en peligros los fueros de la clase “E”. Y para justificar este proceder, cada clase social se ve urgida inesquivablemente del auxilio de un tipo de filosofía: idealista o materialista; un tipo de concepción del mundo: metafísica o dialéctica y va a emplear una suerte comportamiento político: conservador o revolucionario.

Empero, si es patente que en el plano de las ideas hay sitio para todas las corrientes filosóficas que el cerebro humano ha podido sistematizar, más solo, está más próxima a reflejar convenientemente las aspiraciones de la humanidad en su conjunto, en tanto que las demás se detienen en algún tramo o como dicen los ideólogos empiezan a perturbar el horizonte oscureciéndolo. Tal es cuando sucede que examinamos en el firmamento de la filosofía las categorías de “libertad”, “igualdad”, “justicia”, “democracia”, “cambio”, “revolución”, etc., que por estar enunciadas de modo abstracto no son unívocas, sino más bien equívocas, cuando no multívocas.

Veamos, por ejemplo, para el caso nuestro las propuestas que plantean sobre la realidad peruana, nuestros más connotados pensadores como Manuel Gonzales Prada (1844-1918), Alejandro O. Deústua (1849-1945), Manuel Vicente Villarán (1873-1958), Víctor Andrés Belaúnde (1883-1966) y José Carlos Mariátegui (1894-1930), valiéndose de la actividad filosófica han querido encontrar soluciones para los grandes males latentes en pleno período republicano.

Así, Manuel Gonzales Prada, nutriéndose de la observación del estado de nuestras clases sociales y asumiendo una ideología libertaria y al mismo tiempo aplicando el positivismo aprendido en Francia señala el problema del indio como el asunto nacional más urgente, indicando que desde la colonia un régimen injusto había dividido nuestra sociedad en “señores” y “siervos”, gracias a cuya escisión una próspera oligarquía amasaba fortuna por la concentración de la tierra en sus manos en una cantidad de cuatro a cinco mil fanegadas en la costa y unas treinta a cincuenta leguas en la sierra, mientras que en el otro polo habitaba millares de infelices que tenían por único alimento un puñado de cancha y unas hojas de coca. La solución a este injusto estado de cosas, no veía Prada en la renovación periódica de gobernantes, sino en una de estas dos alternativas: “o el corazón de los opresores debía condolerse al extremo de conocer el derecho de los oprimidos o el ánimo de estos adquiría una virilidad suficiente, como para escarmentar a sus opresores”. Escéptico de que pudiera ocurrir lo primero, concluía que: “el indio se redimirá a merced a su esfuerzo propio, mas no por la humanización de sus opresores”.

Una óptica abiertamente discrepante exhibía en cambio, Alejandro O. Deústua, para quien, si bien los indios “no son personas todavía”, pues solo poseen “forma humana”, sin embargo “lo que necesitan esos desgraciados es, ante todo, librarse de la tiranía implacable de sus amos, lo que necesitan es conocer los mejores medios de sacar de la tierra los frutos que ella ofrece a los que saben trabajarla”. Pero a continuación, Deústua, no obstante, de haber nacido en medio de “indios” (Áhuac – Huancayo) ganado por el escepticismo y agnosticismo de Hume, Comte y Spencer dirá: “Pero!, cuanto tiempo, cuánto dinero y cuanto esfuerzo se necesita para esa labor. Abruma calcularlo. Somos aún muy pobres para llevar a cabo esa misión civilizadora, que grandes naciones han podido apenas iniciarla”. Por de pronto Deústua considera que una instrucción inteligentemente suministrada a las capas elevadas de la sociedad, podría emprender una cruzada valiosa, en la medida como ese segmento a través de la educación y del buen ejemplo de trabajo y moralidad, pudieran contagiar ese “modus vivendi” a los estratos inferiores. “! ¡Los analfabetos! esos infelices no deben preocuparnos tanto. No es la ignorancia de las multitudes, sino la falsa sabiduría de los directores lo que constituye la principal amenaza contra el progreso nacional. No está pues abajo, sino arriba, muy arriba, la solución del problema de la felicidad común; está en la falta de preparación especial de hombres obligados a poseer una cultura superior”.

Terciando el debate y replicando a Deústua, premunido de una filosofía pragmática captada en los Estados Unidos, Manuel Vicente Villarán ubicándose como “protector de la raza indígena”, respondía: “El perjuicio adverso a ellos llega al extremo de considerarlos como una raza incapaz y degenerada, perjuicio que es indispensable combatir porque, en verdad y sin exageración, puede decirse que todo se ha degenerado en el Perú menos los indios. Su debilitamiento físico por el ocio y el alcohol no pasa de una fábula”. “El indígena se ha dicho cien veces, nada produce, nada consume. Pero en realidad no le faltan cualidades productivas; le falta si, tener aplicación más basta para poder producir… bien sabido es que los blancos quitaron a los indios desde la época colonial, las tierras bien situadas y les dejaron aquellas perdidas en puntos lejanos o inaccesibles, donde la raza más escogida de la tierra vegetaría en la misma miseria… Pero ábranse caminos y ferrocarriles baratos, que hagan el territorio traficable, ya se verán los prodigios de que es capaz la laboriosidad de nuestros compatriotas de las punas. Comuníquense las ciudades, con los valles y la altiplanicie, trácense vías comerciales entre los lugares más poblados de la sierra y la costa y los millones hoy de miserables indios se levantarán de su forzada inercia, ya la vuelta de pocos años han de ser tal vez, más ricos y más poderosos que nosotros”.

Desde las canteras del pensamiento católico, desde otra vertiente, el pensador arequipeño Víctor Andrés Belaúnde, quien luego de ser atraído en sus años mozos por el positivismo, retorna finalmente al espiritualismo, eximiendo a los corregidores y encomenderos que implantaron en nuestro país el sistema feudal a base de la invasión brutal, que diezmó la población aborigen, con un lenguaje conciliador explica que “aquella raza produjo sucesivamente dos civilizaciones prodigiosas que han salvado el prestigio del hemisferio austral en la historia del progreso, debemos recordar que ella contribuyó tanto como la raza española a la civilización de la colonia, porque fueron sus brazos los que levantaron los monumentos que el virreinato nos dejó, porque fueron sus sudores y su sangre, los que sacaron el oro de las minas o hicieron producir a la tierra frutos que hicieron esplendor de los días virreinales… no escatimó de prestar su concurso de sangre en las guerras de independencia… contribuyendo a formar una patria que desgraciadamente no ha sido para ella madre cariñosa”.

Pero haciendo mea culpa del desigual trato que subsiste en la república, dice: “no ha desaparecido la colonia… todos tenemos el alma de encomendero y de corregidores… El enganche ha sustituido a la mita; por último, se mantiene la adscripción del indio al suelo y una forma de servidumbre que nos lleva por analogía al pleno medioevo… Vive en nosotros el régimen feudal”. Concluye el filósofo indicando que, si nos hallamos en estas condiciones, ello se debe a que somos portadores de un espíritu que ha degenerado y que, por consiguiente, requiere una cruzada de purificación. Y hablando de soluciones dice: “El problema no es económico, sino educativo o, mejor dicho, es indisolublemente las dos cosas, a despecho de las afirmaciones marxistas”.

Francisco García Calderón encuentra de su parte que el Perú es “… geográficamente un país bien dotado. Ofrece el más grande interés a los hombres de ciencia, por su constitución geológica, la variedad de su clima y las zonas y por vestigios de antiguas civilizaciones que tienen por doquier… y es quizá en el continente sur el país más armonioso en su veracidad geográfica… este es el corazón de América, la vasta región de bosques y del oro… La raza indígena más o menos pura, habita en esta gran región y forma la base de la población peruana… Bajo los incas el indio era trabajador por herencia, por instinto; estaba habituado a un esfuerzo continuo, rigurosamente definido y dirigido”. Pero afirma que en el período republicano reina la corrupción, la imprevisión, la dispersión de fuerzas, el despilfarro de la riqueza fiscal, el fracaso de las asociaciones, la acumulación de los empréstitos, la locura del oro y la prodigalidad colectiva y luego refiriéndose al futuro de nuestra nación, y considerando que el momento es distinto a lo que aconteció con la guerra con Chile dice que el futuro, para el Perú no es actualmente tan sombrío como lo era en 1883, menciona que el Perú tiene el sustento económico de su grandeza futura, pero que hay mucho por hacer y se debe prever y evitar los peligros más comunes a toda democracia, subraya que el conflicto racial es un gran problema y que podemos esperar que gracias a la libertad política, la protección económica y la defensa de esta raza ante el clero y el cacique serán uno de los factores del resurgimiento nacional.

Menciona tenazmente que no somos un país industrial, ni por la tradición, ya que la época española y el período republicano fueron grandes épocas agrícolas; ni por la urbanística, ni el desarrollo científico, ni el carácter de masas.

Discrepando con quienes creían que la inmigración europea podía mejorar la situación del peruano, el gran filósofo José Carlos Mariátegui decía: “Esperar la emancipación indígena de un activo cruzamiento de la raza aborigen con inmigrantes blancos, es una ingenuidad antisociológica, concebible solamente por la rudimentaria mente de un importador de carneros merinos. Los pueblos asiáticos a los cuales no es inferior en un ápice el pueblo indio, han asimilado admirablemente la cultura occidental, en lo que tiene más dinámico y creador, sin transfusiones de sangre europea. La degeneración del indio peruano es una barata invención de los leguleyos de la mesa feudal. La tendencia a considerar el problema indígena como un problema moral, encarna una concepción liberal, humanitaria, ochentista, iluminista. En el terreno de la acción moral, se sitúa con mayor energía la acción religiosa. El concepto de que el problema del indio es un problema de educación, no aparece sufragado ni aún por un criterio estricto y automáticamente pedagógico. La pedagogía tiene hoy masen cuenta que nunca los factores sociales y económicos. El pedagogo moderno sabe perfectamente que la educación no es una mera cuestión de escuela o de métodos didácticos. El medio económico social condiciona inexorablemente la labor del maestro”.

Dejando de lado criterios de orden moral, étnico, administrativo, pedagógico y aún filantrópico, encuentra que: “el obstáculo, la resistencia a una solución, se encuentra en la estructura misma de la economía peruana. La economía del Perú, es su economía colonial. Su movimiento y desarrollo, están subordinados a intereses y necesidades de los mercados de Londres y New York. Estos mercados miran en el Perú un depósito de materias primas y una plaza para sus manufacturas. La agricultura peruana, obtiene, por eso, créditos y transporte solo para los productos que pueden ofrecer con ventaja en los grandes mercados. La fianza extranjera se interesa un día por el caucho, otro día por el algodón, otro por el azúcar… El carácter de la propiedad agraria en el Perú se presenta como una de las mayores trabas del propio desarrollo del capitalismo nacional… La solución del problema del indio debe ser una solución social. Sus realizadores deben ser los propios indios”.

Como corolario de lo expuesto, finiquitemos estas reflexiones, precisando que no es cierto que la filosofía se tenga que obligadamente y únicamente sumergir en jeroglíficos indescifrables. Si deseamos aprovecharla para diagnosticar el origen de nuestra postración, no tenemos, sino que someter nuestro entorno a una crítica rigurosa, implacable y sin temor a sus resultados, para procurar concebir las posibles estrategias que hagan viable salir del statu quo. He ahí la UTILIDAD PERMANENTE DE LA FILOSOFÍA.

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Por Vladimir Cerrón Rojas

Médico Cirujano, Especialista en Neurocirugía, Magíster en Neurociencias, Doctor en Medicina, Expresidente de la Asamblea Nacional de Gobiernos Regionales - ANGR, Gobernador Regional de Junín, Secretario General Nacional del Partido Político Nacional Perú Libre.

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